Profecías en pugna

A veces olvidamos que la línea que separa la superficialidad de la falta de escrúpulos es muy tenue y dificulta el ejercicio de la capacidad de discernimiento colectiva. Si, además, la sociedad cuya lucidez ha sido seleccionada como un blanco de ataque se ha venido desarrollando en un entorno donde el sector de la población que se asume a sí mismo como el más educado es presa fácil de la polarización, lo más probable es que opere una suerte de sabotaje auto infligido que aleja o dificulta las oportunidades del cambio que espera. No es sencillo tomar conciencia de esta circunstancia, sobre todo cuando nuestra ligereza es una materia prima excelente para ciertos laboratorios de opinión cuyo rol no consiste en identificar puntos de vista sino, más bien, en inocularlos en la conciencia de la mayoría.

El ingrediente más peligroso de la pócima está dentro de nosotros mismos y no es otro que un conjunto de fenómenos, estudiado desde hace mucho tempo por la Sicología, que explica el funcionamiento de la percepción humana y sus distorsiones, las cuales pueden hacernos llegar a conclusiones equivocadas o a interpretaciones absurdas. A diferencia de los prejuicios sociales que filtran cualquier percepción a través del tamiz de valores falsos o inicuos, lo cual supone un problema más bien ético, los sesgos cognitivos son involuntarios, más bien inconscientes y nadie está exento de padecerlos. La percepción que se usa como ejemplo clásico de este fenómeno es la que nos induce a pensar que estamos obteniendo una ventaja económica apreciable al preferir un producto que vale 0,99 en lugar de otro que vale 1.

Las encuestas son un producto que navega delicadamente por estas aguas y que, dada su base científica, solo pueden sustentar su credibilidad en el desarrollo de una metodología que tome en cuenta los sesgos cognitivos para reducir su impacto en los resultados de las mediciones en lugar de aprovecharse de ellos para provocar conclusiones convenientemente presentadas.

El principal sesgo cognitivo que pesa sobre todos nosotros es conocido como el efecto de arrastre y consiste en la tendencia de hacer o de creer algo porque muchos otros lo hacen o creen en eso. Hay un famoso estudio realizado por un equipo de sociólogos de Princeton encabezado por Matthew Salganik que creó un mercado musical artificial entre más de 14.000 personas que visitaban un sitio web dirigido a la gente joven. A los participantes se les dio una lista de canciones y bandas musicales desconocidas para ellos y se les invitó a descargar y a valorar las que consideraran mejores. La mitad de los participantes hizo su escogencia exclusivamente de acuerdo con sus preferencias sin haber tenido acceso a información adicional; el resto del grupo podía apreciar la evolución que tenía cada canción de acuerdo con las preferencias de los demás. El equipo de investigadores añadió una variable: crearon una lista falsa de descargas donde las canciones menos populares figuraban como exitosas y viceversa. El resultado fue sorprendente, ya que operó el efecto de la profecía auto cumplida, es decir, la percepción falsa contribuyó a que se produjera una popularidad real. Lo bueno es que, al final, las mejores canciones recuperaron su lugar de preferencia a pesar de que los efectos de la manipulación se hicieran sentir en el corto plazo. Como cosa curiosa, me acordé mucho de estos señores de Princeton en los días posteriores a las elecciones primarias de la oposición, cuando salieron a la luz unas mediciones que sumergían a Henrique Capriles Radonski en las profundidades del abismo en cuanto a intención de voto pero que contradecían absolutamente los resultados electorales debidamente oficializados y, además, recién salidos del horno, donde este candidato salía fortalecido con un aluvión de votos que nadie esperaba, ni en el gobierno ni en la oposición. Rara circunstancia.

Afortunadamente, al fenómeno de la profecía auto cumplida se le opone el de la profecía fracasada, también estudiada científicamente aunque su expresión más popular la recoja el refrán que dice: “guerra avisada no mata soldado” y que consiste en la reacción que desarrolla todo ser humano cuando está organizado y le anuncian con anticipación un evento desfavorable o catastrófico. La tendencia natural, cuando median la racionalidad y la existencia de liderazgo, es a redoblar los esfuerzos para vencer las manipulaciones e impedir la tragedia. Como en efecto ocurrirá en el octubre venidero.

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