El juego de lo incierto

Si alguno creyó que con los resultados de las primarias el mandado estaba hecho para el próximo 7 de octubre, los acontecimientos de los próximos meses se encargarán de desengañarlo y sorprenderlo ante la cantidad de obstáculos y dificultades que ha previsto el estratega-presidente para revertir la tendencia que despuntó y para apagar la chispa de la mecha que se encendió.

Por fortuna, observo que el candidato Capriles y el equipo que lo respalda tienen este tema no solo muy presente sino bien internalizado, a juzgar por las reacciones -todas, serenas y consistentes con su discurso- ante las tres pruebas de obstáculos que han debido enfrentar hasta ahora: la primera, con apariencia jurídica, que está representada por la decisión de la Sala Constitucional que ordenó la destrucción de los cuadernos electorales; la segunda, de connotación conmovedora, que se refirió al anuncio que el estratega-presidente hizo de las novedades acerca de su propio estado de salud y la tercera, con ribetes intimidatorios, que se expresó a través de las balas dirigidas a quienes recorrían a pie una zona popular caraqueña, grupo donde se encontraba el propio candidato Capriles.

Recuerdo que en el mundial de fútbol celebrado en África, una compañía fabricante de refrescos hizo un comercial muy divertido en el que un grupo de niños de ese continente competían con los grandes del fútbol y los derrotaban gracias a un ardid muy ingenioso: otro grupo de niños se encargaba de que los límites de la cancha cambiaran constantemente de modo que los grandes jugadores no encontraban su objetivo, ya que estaban sometidos a constantes distracciones y a la falta de certeza para saber a dónde dirigir su ataque.

No es difícil asociar estas imágenes con las tácticas habituales del estratega-presidente, cuya fortaleza en los “campos de batalla” (para ponerlo en sus propios términos) ha radicado siempre en guardarse cartas, cambiar las reglas, sorprender al adversario, “documentar” algún hándicap en su propio perjuicio para que los contendores se equivoquen en los cálculos, en fin, poner en práctica un profundo conocimiento de la naturaleza humana y las reacciones previsibles ante ciertos estímulos, tanto las nobles como las mezquinas. Y hay que reconocer que, en general, la cosa le ha salido bien. ¿Por qué? Porque, durante varios años y hasta hace muy poco, quienes pretendieron ser sus contendores confrontaron al estratega-presidente en “su” campo de batalla con la ingenuidad de pensar que se iban a respetar unas reglas o con la creencia de que siquiera “había” reglas. Sin embargo, el nuevo panorama, muy esperanzador, por cierto, que se observa de un tiempito para acá, gracias a la Mesa de la Unidad Democrática (no me cansaré de repetirlo), es la aparición de un nuevo equipo que tomó el relevo del liderazgo y que está dando muestras de haber aprendido cuatro cosas fundamentales: que la única certeza con el estratega-presidente es la falta de certeza, que la única manera de enfrentar cada nueva sorpresita (seguramente nos tiene deparada alguna muy importante y “milagrosa” para el próximo 13 de abril) es superar el método plañidero, que hay que preservar la claridad de objetivos y que la disciplina y tenacidad son las armas necesarias para conseguirlos.

Es obvio que el camino es muy empinado, está lleno de asaltantes y en su curso futuro aparecerán hologramas perfectamente diseñados con toda suerte de amenazas, desde espejismos preciosos (aquí cabe todo lo que reafirme el aparente hándicap en contra del estratega-presidente) hasta monstruos terribles (como el tema de la violencia física y otras ruindades que evito citar aquí para no dar ideas) concebidos para sorprender a la opción opositora y lograr que ésta responda reactivamente. Pero, hasta ahora, el candidato Capriles y su equipo lucen en posesión de algunos activos cuya preservación es crucial para que su avance sea indetenible: objetivos claros, agenda propia, disciplina, constancia y, por último, consistencia entre el discurso y la acción.

El aspecto más interesante de la campaña de Capriles es que su éxito puede radicar en algo tremendamente paradójico, que consistiría en el desarrollo de una estrategia antiestratégica, es decir, un curso de acción trazado con prescindencia absoluta de lo que haga el adversario, tendente a despolarizar y desenganchar, pero, eso sí, centrado en capitalizar toda la energía de quienes creyeron en lo que no ha podido ser el país que tenemos y que sueñan con lo que podrá ser el que vendrá.

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