Hace catorce años ocurrió un acontecimiento que prácticamente paralizó el mundo y lo sumió en multitudinarias expresiones de duelo. Fue conmovedor ver al público de distintas nacionalidades hacer un alto en sus actividades para entregarse a esos momentos de tristeza y permanecer pegados del televisor durante los días de las honras fúnebres. De hecho, durante los últimos catorce años, la semana que rodea al 31 de agosto siempre ha contado dentro de la parrilla de la televisión por cable con algún programa especial alusivo a la muerte de Diana de Gales y a cada nueva arista que se descubre acerca de las circunstancias que rodearon el suceso.
También hace catorce años murió otra mujer extraordinaria, cuya vida y obra constituyen el más representativo ejemplo de sencillez, perseverancia y amor al prójimo. Como su deceso ocurrió cuatro días antes de la muerte de Lady Di, hubo oportunidad para que aquél no pasara tan inadvertido ante la avalancha informativa y luctuosa derivada de ésta última. Alguien comentó incluso que Teresa de Calcuta fue tan humilde que escogió ese momento para morir, aprovechando que otro acontecimiento acapararía toda la atención del público.
El pasado 6 de octubre murió el multimillonario Steve Jobs, creador de una serie de productos que fascinaron a muchos usuarios por ser una hermosa mezcla de tecnología y arte, y falleció también el reverendo Fred Shuttlesworth, quien dedicó su vida a la lucha contra la discriminación y dio ejemplos excepcionales de entereza y determinación en este propósito.
Nada que digamos del reverendo podrá alcanzar las cotas de embelesamiento que han rodeado el fallecimiento del empresario, cuyas creaciones son de indiscutible mérito pero, indudablemente, no para que se le compare con Leonardo Da Vinci, símil que salió a relucir y que no es más que la demostración del grosero nivel al que puede llegar el culto a una personalidad.
En cuanto al reverendo, cuando en los años 60 enfrentó agresiones por haberse atrevido a inscribir a sus hijos, de raza negra, en un colegio de blancos, jamás pensó que viviría para ver a alguien de su misma raza alcanzar la presidencia. Probablemente ésa debe haber sido una de sus grandes satisfacciones.
Es un tema de glamour, de ese encanto que inevitablemente seduce a las audiencias. Por supuesto, nada de malo tiene que el ser humano se sienta atraído por las cosas bellas y exquisitas y que sienta curiosidad por la sensación de elitismo y exclusividad que rodea a ciertos personajes. El error radica en no explorar un poquito más allá para, sin quitarle su justo lugar a la fama derivada de la cultura de masas, reconocer y promover valores más trascendentes.
Un ejemplo extraordinario de gurú tecnológico no glamoroso es Tim Berners Lee, el creador de la World Wide Web, el más revolucionario invento que permitió poner al acceso de todos la magia del ciberespacio. Es curioso que el mayor empeño de este científico haya sido mantener la gratuidad y accesibilidad de la web, circunstancia que ha sido criticada por algunos círculos que consideran que debió patentarla y cobrar por los derechos de uso.
Este invento no cambió la vida de unos usuarios que lo pudieran pagar y que los hiciera sentir dueños de un producto perfecto y exclusivo; todo lo contrario, esta iniciativa fue el mejor ejemplo de lo que significa trascendencia: cambiar la faz del mundo y poner a disposición de todos un instrumento sin precedentes para acceder al conocimiento.
Para tener una idea del “espíritu comercial” de este señor, basta decir que él apoya que los nombres de dominio, es decir, los sitios web que cada persona registre para colocar allí su información, sean un recurso público y no puedan ser controlados ni acaparados por gobiernos o por empresas. Sostiene, asimismo, que lo más importante es mantener unificados los estándares de video, comunicación de datos, subida de datos científicos y propagación de información entre países. Actualmente, trabaja en otro invento llamado la web semántica, que garantizará un nivel de búsqueda inteligente de la información que coexiste en la red, sin que hasta ahora haya manera de vincularla entre sí. También será gratis.
Berners Lee ha recibido todos los reconocimientos posibles de los Estados y organizaciones que valoran la magnitud de su obra pero su perfil, tan alto o incluso superior al de Jobs, no es glamoroso, no ha penetrado la cultura de masas, no sólo porque, seguramente, convertirse en una personalidad no es de su interés, sino porque su obra es tan fundamental, y tan omnipresente hoy, que la damos por sentada.
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