En estos días, con ocasión de los cincuenta años del levantamiento del muro de Berlín -el cual dividió la ciudad durante veintiocho años, hasta su demolición en noviembre de 1989-, la prensa mundial reseñó los actos conmemorativos a los que acudieron las autoridades alemanas, así como el discurso del presidente Christian Wulff. Sus palabras se centraron en la muerte de las personas, más de 135, que fueron abatidas al intentar cruzar el muro, y en los millones de ciudadanos condenados irremisiblemente al encierro detrás del llamado telón de acero. Afirmó que, al final, la libertad es invencible y condenó la indiferencia de Alemania Occidental ante su construcción. Su discurso, bien acogido por todos, se tradujo en un mensaje importante: que ese símbolo de una humanidad polarizada y reactiva ante una guerra nuclear, representado por el muro de Berlín, debe ser considerado definitivamente como cosa del pasado.
Lamentablemente, pareciera que esa afirmación hoy no tiene alcance universal. Si apartamos el caso de las dos Coreas, cuya división se materializó en 1953, al final de la guerra y representa la otra vieja referencia conocida acerca del aislamiento de un pueblo, existen varios ejemplos recientes, casi todos ocurridos en el presente siglo, donde el levantamiento o reforzamiento de una barrera se impuso como la “mejor” solución a los problemas de difícil discusión. Muchas de esas barreras han sido llamadas, al igual que el de Berlín, “muros de la vergüenza” por parte de los representantes del sector que quedó aislado o resultó afectado por su construcción, pero allí están, ya bien estables o en fase de consolidación. Veamos sólo algunos ejemplos.
El muro entre fronteras de más vieja data en estos tiempos es el que levantó India, a principios de los años 90, con el objeto de separarse de la vecina Cachemira –poblada por musulmanes e hindúes- de la parte pakistaní. Está electrificado y rodeado de minas antipersonas.
Por la misma época, en 1994, comenzó la contrucción de una barrera de protección en parte de la frontera entre Estados Unidos de América y México, para impedir la inmigración ilegal, no solo de mexicanos sino de latinoamericanos en general. Como es de esperarse en la actualidad, se trata de algo más que una barrera física; consta de sistemas digitales de detección tales como sensores, equipos de visión nocturna y el apoyo de vehículos y helicópteros artillados.
En 1999 Uzbekistán erigió una barrera entre su territorio y Kirguistán; en 2001 lo hizo con Afganistán y Turkmenistán para impedir la inmigración ilegal y en 2006 la levantó con Kazajistán.
El muro que separa a Israel de Cisjordania inició su construcción en 2002 y tiene una altura de 7 metros. Es el más polémico de todos por las encarnizadas posiciones que, del lado israelí, sostienen su eficacia en la reducción ostensible de atentados terroristas y, del lado palestino, invocan la degradación del nivel de vida de los palestinos en cuanto a su libertad y sus condiciones de supervivencia.
Arabia Saudí comenzó a construir en 2003 un muro de 6 metros de alto que lo separa de Yemen, con el propósito de alejar las tribus de este país que se han asentado en la frontera.
Ceuta y Melilla son dos ciudades situadas en África cuyos nombres son conocidos por sus barreras, que impiden el paso de los marroquíes a territorio español. A partir de 2006 fueron reforzadas y complementadas con adelantos tecnológicos que garantizan el efecto disuasivo de quienes aspiren a traspasarlas.
India reincide con la actual construcción de otro muro en la frontera con Bangladesh, con el fin de impedir la inmigración ilegal, el contrabando y el paso de supuestos terroristas.
Por supuesto, esta relación dista mucho de estar agotada. Los observadores del tema han calculado en más de 20.000 kilómetros, que es la mitad del perímetro ecuatorial de la tierra, la longitud total de los muros en uso.
Como es evidente, las expectativas en el mundo no son alentadoras. Así como en la Alemania de hoy, algunas voces aisladas, como la de Lötzch, la presidenta del partido La Izquierda, todavía defienden razones políticas que, a su juicio, justificaban la construcción del muro de Berlín sin reparar en el desgarramiento de la sociedad y en las dificultades que el país ha debido enfrentar para lograr su reunificación, muchos de los gobiernos del mundo están lejos de superar la política del muro, que no es más que la representación tangible del fracaso del diálogo y la negociación como instrumentos para el logro de la convivencia pacífica. En ocasiones los afectados son pueblos cuya cercanía geográfica es tan notoria como su contraposición de intereses; pero hay otras modalidades, como la de ciudadanos de un mismo pueblo, separados por muros mentales que han sido fabricados a conveniencia por gobernantes inescrupulosos.
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