Hay un serio problema cuya perenne crisis y frecuente recrudecimiento suele causar angustia en la población, no obstante, su solución -o su control al menos- no suele acarrearle votos al gobierno. Eso tal vez explique el puesto tan lejano que el tema ocupa en la lista de prioridades a atender. Se trata de la administración del régimen penitenciario que, en Venezuela, siempre ha constituido una materia muy espinosa, cuyo ejercicio, además, ha sido
Hay un serio problema cuya perenne crisis y frecuente recrudecimiento suele causar angustia en la población, no obstante, su solución -o su control al menos- no suele acarrearle votos al gobierno. Eso tal vez explique el puesto tan lejano que el tema ocupa en la lista de prioridades a atender. Se trata de la administración del régimen penitenciario que, en Venezuela, siempre ha constituido una materia muy espinosa, cuyo ejercicio, además, ha sido secuestrado por mafias que han desplazado al Estado, le han arrebatado el control de la situación y han convertido la actividad en un negocio tan pujante como cruel, habida cuenta del tipo de mercancía y de los servicios que constituyen su “objeto social”.
La situación carcelaria desde hace mucho tiempo pasó del límite aceptable y ha demostrado que ciertos problemas no pueden ser ocultados con propaganda, eslogans y adoctrinamiento, ya que la única solución posible pasa por comprender su complejidad y por la necesidad de abordarlos y tratarlos de manera profesional. El régimen penitenciario forma parte del sistema de justicia, de modo que su manejo no puede contradecir o distorsionar los fines de ese sistema general ya que las consecuencias, aunque nos parezca imposible, pueden ser aún más graves de las que estamos sufriendo.
La reciente designación de Iris Varela, a quien se le dota del más alto nivel jerárquico, para que atienda con exclusividad la administración del sistema carcelario, al margen de representar un premio -tal vez inmerecido- para el Ministro de Interior y Justicia, que resultó liberado sin más de los deberes más desagradables de la cartera a su cargo, aún puede resultar un acierto si, antes de que resulte demasiado tarde, la ministra Varela cesa en la profusión de declaraciones insensatas y se concentra en aprender aceleradamente la mejor metodología para, en esta emergencia, ir disminuyendo la presión y, controlada aquélla, emprender el saneamiento definitivo del sistema penitenciario.
Es bueno que la ministra se familiarice con el problema e internalice lo más importante: que las soluciones –sean conyunturales o estructurales-, que está en el deber de procurar, nunca pueden ser masivas, sino que todas requieren de la conjugación de los verbos clasificar y diversificar, es decir, que la solución general pasa necesariamente por un examen casuístico que exige la identificación clara de las circunstancias procesales de cada una de las personas cuyas vidas ahora están en sus manos.
La verdad es que no fueron felices sus declaraciones; no lucen inspiradas por el conocimiento de sus nuevas responsabilidades sino por la idea preconcebida que probablemente tiene del asunto: el hecho de anunciar, por ejemplo, que la salida de los reclusos de las cárceles será masiva, sin mayores explicaciones, sólo puede causar alarma; decir que los jueces tienen que estar sujetos a los designios del nuevo ministerio sin que ni siquiera haya sostenido la primera reunión de trabajo con ellos, además de la gigantesca “costura” que muestra en torno al tema de la independencia de los poderes, no favorece el mínimo ambiente de convocatoria que la ministra necesita para que no se trabe su gestión; cuando, a ultranza, sentencia que está negada a instaurar nuevos establecimientos y que más bien cerrará alguno, está debilitando su credibilidad futura si, más adelante se ve obligada a anunciar, basada en algún estudio responsable, que más bien deben crearse varios centros penitenciarios pequeños y manejables, por ejemplo.
Si la ministra calla durante un tiempo, se documenta mejor y aborda su cargo honrando la parte positiva de su imagen, la de alguien que luce con la personalidad, el carácter y la energía suficientes para enfrentar con decisión los demonios que se han apoderado de un área importante de la seguridad ciudadana, no dudo que todos los sectores del país, sin mezquindad, tendrán que reconocer el esfuerzo de la única persona que sí le pudo poner el cascabel al gato.
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