En medio de la sequía material e intelectual que agobia a los venezolanos, el comienzo de año al menos ha sido generoso en referencias que podrían ayudarnos a explorar un poco más allá de nuestros males conocidos y de los lugares comunes o posturas dogmáticas con los que pretendemos explicarlos y erradicarlos. Me referiré a dos de ellas -una nacional y otra foránea- que, sumadas al discurso aún no pronunciado por el presidente Maduro para el momento de la entrega de esta nota y cuyo contenido, sin duda, será también muy ilustrativo, son de mucha utilidad para comprender la magnitud de nuestra tragedia y la necesidad de asumir también nuestra responsabilidad como requisito ineludible para detener la carrera desenfrenada hacia el abismo y revertir su orientación.
En lo interno, resulta fundamental la lectura y examen del comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana (www.cev.org.ve), que recoge de manera minuciosa todas y cada una de las manifestaciones de la crisis general, sus causas y las oportunidades que se vislumbran para superarla.
Los obispos no omiten tema alguno ni adoptan un prisma determinado para ver y analizar la realidad. Por el contrario, sus expresiones son la muestra más palpable de una extraordinaria conexión con el pueblo venezolano en su totalidad, sin distingos de posición política, credo religioso o cualquier otra condición que pueda calificarlo o segmentarlo. Desde la condena a las inaceptables violaciones a los derechos humanos de la disidencia política por parte del gobierno hasta la exigencia a los líderes de la oposición de que superen las tentaciones del personalismo y promuevan un proyecto común de país, pasando por numerosos señalamientos en cada una de las áreas afectadas, el llamado a todos -incluidos nosotros, los ciudadanos comunes- es a la superación de la “crisis moral, de valores, actitudes, motivaciones y conductas, que es preciso corregir”.
El comunicado de los obispos ofrece claridad, sindéresis, acompañamiento y esperanza.
En lo externo, la referencia obvia es el discurso pronunciado por el presidente Obama ante el Congreso de su país (la versión en español está disponible en: http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/21/actualidad/1421806228_186047.html) el pasado martes 20, precisamente el mismo día cuando Christine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional reconocía en una entrevista transmitida por Euronews que, después de la crisis de 2008, Estados Unidos de América es el único país cuya economía salió de la recesión, se encuentra en franca recuperación y sus perspectivas futuras resultan envidiables.
La intervención del presidente Obama por supuesto que mencionó los logros de las políticas desarrolladas para superar con éxito la crisis; sin embargo, lo más importante a mi juicio, no fue el anuncio de los indicadores que en todos los órdenes llaman al optimismo de sus ciudadanos, sino la convocatoria hecha a todos los sectores sin excepción para construir ese futuro promisor, formulada, además, en términos que no dejan lugar a dudas acerca de la extraordinaria conexión que tiene Obama con la realidad de su país y con las necesidades, esta vez no solo de las elites, sino las de todos los ciudadanos.
La oferta de acompañamiento y apoyo a quien trabaje duro, así como su convicción sincera de que son la dedicación, el esfuerzo y la innovación los motores que deben complementar a la inversión para lograr el crecimiento económico que permita mejores oportunidades para todos, constituye sin duda el mensaje más valioso y la convocatoria más inspiradora.
Ambas referencias tienen dos cosas en común: en primer lugar, apelan a la ética, a la honestidad, a la laboriosidad, al ingenio, al respeto a los demás, en fin, a la práctica cotidiana de los valores que hacen justa a una sociedad; en segundo lugar, consideran que la adopción de esos valores es responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos.
En Venezuela, agobiados como estamos por un gobierno oprobioso, cuyo crecimiento y costo burocrático es directamente proporcional al incremento de la ignorancia, ineptitud, inconsciencia y codicia de quienes lo conforman, todos los males se los atribuimos a estos personajes cuya responsabilidad es indiscutible. Sin embargo, estas deplorables características parecieran haber penetrado en nosotros más profundamente de lo que el fenómeno de la polarización política nos permite reconocer.
Posiblemente, las increíbles torpezas del gobierno, cuyos personeros solo exhiben altas cotas de eficiencia en el ejercicio de la discriminación política, laboral y religiosa y en la criminalización de cualquier forma de disidencia, contribuyan a que nuestro deterioro institucional se le atribuya tan sólo al legado del difunto quien, sin duda, pasará a la Historia por semejante contribución; sin embargo, cuando este gobierno pase -como ineludiblemente ocurrirá-, la superación de este caos y la reconstrucción del país solo serán posibles después -y como consecuencia- de una reflexión profunda acerca de la sociedad a la que aspiramos y si contamos con lo necesario para alcanzarla
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