El conflicto universitario

Desde hace varios años se gesta una tragedia cuyo arribo se ha venido postergando gracias al desempeño cotidiano de miles de ciudadanos cuya entrega y cuya resistencia han alcanzado proporciones heroicas. Aún a pesar de eso, ya no es descartable imaginarnos ese escenario macabro, el de un futuro en Venezuela sin universidades -tales como las conocemos-, dado el alto nivel de inanición y de desprecio que el gobierno revolucionario ha deparado para los institutos de educación superior y para sus profesores, cuya remuneración ni siquiera llega a la mitad de lo que cuesta la canasta básica cuando hace treinta años la relación era precisamente la inversa.

Para tener una cabal idea de cuál es la situación económica de quienes, paradójicamente, deben acreditar probadas credenciales académicas para poder pertenecer a ese exclusivo club de indigentes que es hoy la comunidad universitaria, vale la pena consultar el trabajo estadístico realizado por el profesor Carmelo Marzullo (@cmarzullos en Twitter) denominado “Entendiendo el conflicto universitario”, al cual se puede acceder a través del siguiente enlace: https://www.dropbox.com/s/o40ksdkuxgppt8z/ConflictoProfesoresUniversitarios2013.pdf y cuya claridad nos permite captar a primera vista la insostenibilidad de la situación que viven.

Las consecuencias de esta crisis le estallarán en la cara al gobierno si no comprende que las universidades, las genuinas, aquéllas donde se forman los verdaderos profesionales, aquéllas donde se investiga y se divulga el conocimiento científico son, aunque el gobierno no lo advierta, “sus” aliadas naturales e indiscutibles a la hora de enfrentar los problemas reales que suelen agobiar a un país y cuya solución no depende de la adopción de una consigna política sino de la aplicación del conocimiento, de la técnica, del talento y de la creatividad. En otras palabras, no cabe duda de que la competencia profesional es irreemplazable, pero, lamentablemente, puede devenir inaccesible cuando los factores que deben contar para conseguirla son menospreciados para privilegiar la ideologización, cuyo producto final, tristemente, no puede ser otro que la esterilidad envuelta en un título vacuo e insatisfactorio, tanto para la sociedad como para quien lo ostenta.

Los altos personeros del gobierno revolucionario no han considerado hasta ahora las consecuencias que traería la desaparición de las verdaderas universidades. Sería interesante  conocer  cómo  abordarían la solución de los problemas tangibles -que siempre surgirán- con seudoprofesionales aquejados por este desbalance formativo; habría que ver si, de verdad, estarían dispuestos a someterse o si pondrían en manos de éstos la salud de sus familiares; si se atreverían a encomendarles la construcción de sus casas o si les confiarían la seguridad de sus sistemas, por solo citar algunos ejemplos.

Qué sabiamente actuaría el gobierno si impidiese que a la educación universitaria le suceda lo que ya le ocurrió a la seguridad ciudadana, a la agricultura, a la industria, a la dotación y distribución de alimentos, al mercado de valores o al suministro de energía eléctrica, entre otras áreas consideradas fallidas como consecuencia de políticas insensatas, muchas de las cuales comienzan a ser revolucionariamente revertidas ante la evidente catástrofe que ocasionaron.

El gobierno, tan ávido como está de reconocimiento, tiene una excelente oportunidad para procurárselo si se comporta como corresponde a un Estado responsable, mediante el cumplimiento de sus compromisos ante los educadores y la comunidad universitaria en general. Un poco de sentido práctico puede ayudarlo, inclusive, a ganar estabilidad puesto que, en el caso específico del conflicto universitario, los representantes de este sector han demostrado tener el nivel suficiente para identificar si quienes representan al Estado venezolano poseen la capacidad y la disposición de salvar la educación superior para ponerla al servicio del país o si, en su papel como interlocutor, este gobierno no es capaz de inspirar los más mínimos niveles de confianza, respeto y credibilidad.

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